La sociedad es como un gran teatro donde cada actor tiene un papel. Si el guion de tu personaje incorpora el «factor cannabis», habrás vivido, seguro, alguna escena tensa al consumir, o habrás sido diana de reproches y juicios de valor negativos de parte de alguien que se te han quedado grabados en la memoria, o que te han dejado marca o herida. Las personas consumidoras de cannabis —a menudo— tienen que esconder su consumo para no ser mal vistas y, si son descubiertas por según quién, pueden ser objeto de sanciones económicas, pero también sociales y simbólicas. En este apunte nos detendremos a explicar la cuestión del estigma sobre el consumo de cannabis, cómo se origina y qué implicaciones tiene para la salud.
¿Qué es el estigma?
Los humanos somos animales sociales. Todos y todas nos encontramos situados en un tablero de juego (sociedad) donde sólo podemos decidir una pequeña parte de nuestros movimientos. Hay piezas en el tablero que tienen más facilidad para moverse y tener éxito, son las «normales». Estas piezas tienen una serie de privilegios que las diferencian de las «no normales». Este segundo tipo de piezas lo tienen más complicado: no tienen privilegios y, además, sufren cargas extra que conllevan más esfuerzo para conseguir los mismos resultados que la mayoría.
Como vemos, el tablero de juego no ofrece las mismas condiciones a todas las piezas. Hay constantes desigualdades, injusticias y arbitrariedades. Algunas están fomentadas por el estigma. Los prejuicios, los estereotipos y la discriminación son los principales componentes del estigma. El estigma es un atributo denigrante definido en términos de relaciones. Se trata de un constructo social que hace diferente a un individuo y lo devalúa a ojos «de la mayoría». Estigmatizar a alguien sirve para darle un trato paternalista y de inferioridad, dominarlo y mantener así la distribución diferencial de los privilegios.
En gran parte, la posición social que te toque en suerte tiene que ver con tu apellido y el código postal donde naciste. Para que nos entendamos, en la ciudad de Barcelona encontramos diferencias de entre 8 y 10 años en la esperanza de vida entre determinados barrios de la ciudad. Ahora bien, una vez nacidas, las piezas se van caracterizando también en función de múltiples variables, a menudo azarosas y caprichosas. Por ejemplo, las conductas y actitudes de cada individuo, la subcultura con la que se identifique, su aspecto físico o su capacidad de comunicarse, etc., son todos elementos que determinan el margen de maniobra que aquella pieza tendrá para moverse en el tablero, es decir, para adaptarse y triunfar socialmente.
Como es sabido, a lo largo de la historia ha habido múltiples estigmas: por ser personas racializadas, por la orientación sexual, por la expresión de género, por la edad, por la religión, etc. Los colectivos más estigmatizados tienen características individuales como la sexualidad o el color de piel que los hacen fácilmente identificables. Otro grupo a menudo estigmatizado son las personas consumidoras de drogas en general, y de cannabis en particular. Pero el consumo de cannabis no es una característica identificable a primera vista. Por eso cada persona consumidora debe calibrar y anticipar a menudo las potenciales reacciones de los actores con quienes comparte espacios de consumo.
Claves para entender mejor el estigma asociado al consumo de cannabis
El consumo de drogas es un terreno abonado por el estigma. Una droga ilegalizada implica una sanción —legal o moral— en forma de aislamiento y distanciamiento social. Quien consume drogas declaradas ilícitas (con el alcohol no pasa igual) está sujeto a ser etiquetado como drogadicto, yonki, perezoso/a, defectuoso/a inferior, delincuente, indeseable, sucio/a, irresponsable, inmaduro/a, inmoral, etc. Todos son adjetivos que comportan la desaprobación del entorno social mayoritario.
El estigma sobre las personas que consumen drogas es un conjunto de actitudes y estereotipos negativos que, entre otros efectos, acaban creando barreras para acceder a ayuda y acompañamiento. El miedo al rechazo y la vergüenza generan aislamiento y soledad. Por ejemplo, a la hora de recibir tratamiento por consumo problemático o al acercarse a programas de información y prevención. Eso puede comportar que los problemas relacionados con el consumo empeoren. El estigma promueve que los individuos queden aislados, ya que crea barreras para contactar con la comunidad y la administración.
La versión moderna del estigma ligado al consumo de cannabis tiene unos orígenes bastante nítidos. En concreto, se impulsó en los Estados Unidos, y podríamos concretar un momento de inicio con el estreno, en 1936, de la película Reefer Madness. Este filme era parte de una campaña de propaganda dirigida a generar miedo entre los padres de los jóvenes americanos. Lo hacía a partir de una ideología racista, patriarcal y anti-científica. Disculpad que hagamos spoiler: el argumento de la peli era básicamente que cuando los jóvenes fuman marihuana una vez, al tener la necesidad irrefrenable de continuar consumiendo, se convertían en asesinos, suicidas y violadores. La marihuana era también la puerta de acceso al consumo de drogas más duras. Todo un drama. Aunque quizás cueste asimilar, hay un hilo conductor bastante claro entre el lanzamiento de la película Reefer Madness y los estereotipos que todavía mucha gente conserva en relación con el cannabis, sobre todo entre gente distante al consumo. Si alguien tiene interés en estudiar más a fondo los orígenes históricos del estigma en nuestro contexto, recomendamos leer al gran maestro J. C. Usó.
Sea o no consumidor/a de sustancias, cada individuo tiene sus micro-estrategias y rituales para intentar controlar su imagen ante los demás. Sea por este estigma o por el miedo al «qué dirán», quien consume cannabis muchas veces no «sale del armario» y esconde o disimula su consumo ante determinadas personas o entornos. En el caso que analizamos, se observa una cierta propensión al uso de colirio ocular. ¿Por qué? Pues porque uno de los síntomas más identificables de que una persona ha consumido cannabis son los ojos rojos. Al consumir cannabis disminuye la presión arterial y se ensanchan los vasos sanguíneos y los capilares. Eso hace que fluya más sangre en torno a los ojos hasta una o dos horas después del consumo. Más allá de esta estrategia de ocultación física específica, encontramos los clásicos, como masticar chicle para que la boca no haga mal olor, ponerse colonia para disimular cierto aroma o, ¿cómo no?, que el recipiente donde se lleva el cannabis sea estanco y evite que todo el pasaje del autobús sepa que llevas un ovillo en el bolsillo.
Otro orden de estrategias de presentación (u ocultación) ante los demás son de tipo simbólico, las relativas al mundo de las palabras y los discursos. Las palabras que escogemos bien pueden mostrar y esconder muchas cosas de cómo queremos que los demás nos perciban. Y aquí entramos en el reino de las mentiras, las medias verdades y los equilibrios. El estigma estructural sobre el consumo de cannabis acaba favoreciendo que no se pueda tener una conversación adulta y madura. Al fin y al cabo… ¿quién querría tratar como igual a un piojoso rastafari?
Es muy importante apuntar que el estigma se puede diferenciar en dos tipos: por un lado, el estigma público y, por el otro, el auto-estigma. El estigma público incluye las creencias negativas que tiene la sociedad sobre los individuos de los grupos estigmatizados. Es lo que hemos tratado en este texto. Pero, por otra parte, el auto-estigma refleja el impacto social y psicológico de la estigmatización en los mismos individuos agravados. Estamos hablando de la internalización de estereotipos negativos y de la discriminación y devaluación recibida de parte de los otros. La consecuencia preocupante de esta carga social es que está más que demostrado que el estigma contribuye a la disminución de la autoestima, a la dejadez de las necesidades de atención de la salud y al sufrimiento físico. También se genera lo que se conoce como «indefensión aprendida». Si por mucho que uno/a haga, los otros siempre le recuerdan que no sirve para nada, hay un momento en que el aprendiz asume (consciente o inconsciente) que, por mucho que haga, no servirá para nada.
Además, el estigma sobre el consumo de cannabis a menudo se añade o suma a otras fuentes de desigualdad social. Por ejemplo, según a quién le preguntamos, el consumo de cannabis por parte de los jóvenes podría tener más o menos carga de estigma en comparación, por ejemplo, con el consumo de cannabis por parte de una mujer mayor o de una madre. Si queréis poner la lupa sobre estas diferencias de género, echad una ojeada al apunte «Hablamos del cannabis»?. Las leyes sobre cannabis, implementadas desde una lógica represiva, han tenido un impacto diferente sobre las mujeres a causa de la socialización diferencial de género y las actitudes que se esperan de una persona por el hecho de nacer mujer (cuidar de los otros antes que de ella misma, ser responsable, planificadora, prudente…). Estos factores, sumados a otras formas de violencia de género y de vulnerabilidad social, multiplican los obstáculos para el pleno ejercicio de los derechos humanos de esta población. Como muy bien explica este texto que cita a la autora mexicana Pollita Pepper:
el esencialismo binario en que se mueve la cultura occidental consiste en vincular a la mujer únicamente y particularmente con la idea de madre. Esta mujer-madre, mujer-naturaleza, mujer-cuidadora, mujer-sanadora, que da como única proveedora de esta atención y de este cuidado, choca frontalmente contra el derecho a tener un libre desarrollo de su personalidad.
¡Sigue la lectura en la segunda parte del apunte en el blog!
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